La Pagoda de Shibao. A través del Yangtzé. China.


Por José Manuel Beltrán.

A lo largo del tercer río más largo del mundo, el Yangtzé, se descubren maravillas que, casi por milagro, han sido salvadas de las aguas. La construcción de la Gran Presa de las Tres Gargantas, abocó a la inundación de miles de poblaciones y el traslado de millones de personas. Por suerte, la Pagoda de Shibao sigue erguida y fuertemente amarrada a su colina.

El cielo gris plomizo, propio de la zona, contrasta con el verde oscuro del cauce del gran río. Un pequeño estruendo de lo que podrían ser pequeños cohetes, al más fiel estilo de cualquiera de nuestras fiestas de pueblo, rebotan rítmicamente entre las laderas de las montañas. Sin embargo, un poco más allá de un destartalado y viejo muelle de desembarque, en su parte final, descubrimos el por qué de tal melodía.

El barco atracó en la pequeña localidad de Zhongxian, perteneciente ya a la provincia de Chongqing. Al final del viejo muelle varias mujeres, con un único acompañante de género masculino, quedaban ajenas al paso de los turistas y continuaban golpeando con fuerza la ropa casi sumergida en el agua del río. A nuestra vista, en el interior de China, se nos recordaba lo que siempre ha sido el método más tradicional para lavar la ropa.

Sin quedar ajenos a la escena, y antes de atender a los vendedores que ya se abalanzaban respetuosamente contra nosotros, nos encaminamos a pie hacia nuestro objetivo principal: la Pagoda de Shibao. Una leve cuesta otorgaba autoridad para que se ofreciese

El templo ha quedado casi aislado en el cauce del río, consecuencia de la elevación del nivel de las aguas por mor de la construcción de la Gran Presa. Se puede acceder en barca o, como hicimos nosotros, atravesando un gran puente colgante en el que, a cada paso, notas como se mueven las traviesas. El templo, situado en lo alto de una colina, no es visible todavía. Si cabe, la vista más impresionante es la de su acceso así como la de su estructura. Construido en 1.750 con la dinastía Qing, totalmente de madera roja, sus escaleras de caracol ascienden sus 12 pisos hasta alcanzar los 56 metros de altura. Aún adosado a la pared de la colina, es curioso observar como no se utilizó ni un solo clavo para su anclaje y soporte.

Dos cosas me llamaron la atención: la belleza de su colorida portada y sus ventanales redondos, al estilo de los clásicos “ojos de buey” de los barcos. De hecho, en lo que ya es una única y pequeña escalera con capacidad para una sola persona, acceder a su último piso apareciendo por su ventana circular dicen, según la leyenda, que te otorga la oportunidad de pedir un deseo que será cumplido. Volver a China, que otro deseo podría pedir. 

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